Guerrero vikingo, s. X.
El verdadero espíritu del guerrero vikingo se afianzaba en un valor sin límites, el honor y la gloria en el combate. La muerte más honrosa era en combate empuñando una espada después de haber realizado grandes hazañas.
Los grandes poemas de su tiempo, además de ensalzar las figuras de sus dioses Thor y Odín, también se dedicaban a los más valerosos guerreros. Si la muerte era gloriosa el guerrero aseguraba que su nombre fuera recordado con honor, un puesto en la literatura con algún poema que ensalzara sus virtudes y recogiera sus hazañas.
“El ganado muere, muere el familiar; todo hombre es mortal;
pero una cosa existe que jamás morirá: la gloria de los grandes muertos”
Poema vikingo, Hávamál
Como armas ofensivas utilizaban:
Una espada de hoja “franca” de doble filo muy resistente para tajar, solía llevar la punta redondeada pues se utilizaba golpeando con el filo. Las espadas eran armas personales, en muchos casos las mejores amigas del guerrero y por ello recibían nombres tan curiosos como “El enemigo de los yelmos” o “La fulgurante llama de Odín”. También recibían nombres que ensalzan su robustez, su decoración o el afilado de su hoja.
El hacha era, junto con la espada, la típica arma de los vikingos, había hachas pequeñas pero lo más habitual eran las que tenían mangos de 1,5 metros que debían manejarse utilizando las dos manos.
El arco y las flechas se utilizaban en la caza y en la batalla, el arco era de madera de tejo y la flecha de abedul con la punta de hierro.
Las lanzas y las jabalinas para arrojar al enemigo antes del cuerpo a cuerpo.
Sus principales armas defensivas eran:
El casco de hierro, aquellos que podían costeárselo, la mayoría se cubrían con gorros de cuero que ofrecían poca protección. Era una sesera cónica, con un protector nasal y, los más sofisticados con protectores oculares como si de un antifaz de acero se tratase. Por mucho que se les represente así, los vikingos no llevaban cuernos en los cascos. Esta representación puede tener dos orígenes, el primero puede ser el de las miniaturas dibujadas por los monjes, donde para representar a estos hijos del demonio los representaban con una de sus principales características: los cuernos. La segunda se debe a Wagner y a las representaciones decimonónicas de sus óperas, puro y simple atrezzo ideado por algún creativo del teatro.
Los escudos redondos de madera de tilo con refuerzo central metálico, en muchas ocasiones pintados con la cruz solar en diferentes colores o con sofisticados animales fantásticos.