Raid vikingo. Glendalough, 853

El 8 de junio del 793 los frailes de la isla de Lindisfarne (entre Escocia e Inglaterra) vieron como arribaban dos barcos con gigantescos tripulantes rubios y pelirrojos. Los vikingos saquearon e incendiaron el convento y mataron o encadenaron a sus religiosos llevándoselos como esclavos. A partir de entonces las costas británicas, irlandesas y francesas sufrieron saqueos frecuentes.

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Un “strandhögg” o raid vikingo es un ataque relámpago que tomaba por sorpresa a los pobladores. Un drakkar llegaba a una costa, los guerreros desembarcaban, con gran rapidez saqueaban, mataban a todo el que ofrecía la más mínima resistencia, se llevaban todo aquello de valor que encontraran a su paso, volvían a su barco y desaparecían a toda velocidad por el horizonte. Este tipo de ataque dejaba a sus victimas sin capacidad de reacción.

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Los primeros vikingos, perpetraban sus ataques durante las temporadas de buen tiempo, saqueaban todo lo que podían y volvían a sus pueblos de origen a pasar el invierno, poco a poco, fueron ganando confianza y empezaron a establecer bases permanentes en las desembocaduras de los ríos desde las que se adentraban en el continente para atacar y saquear las grandes ciudades.

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Los monasterios estaban mal defendidos y llenos de riquezas, con lo que podían acceder fácilmente y, asumiendo pocos riesgos llevarse un gran botín. Guerreros valientes y brutales vaciaban las despensas, robaban el ganado y se apropiaban de las joyas y libros sagrados, matando a todo aquel que se interponía en su camino.

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Oh señor, líbranos de la furia de los hombres del norte”.

Alejandro Labourdette