Soldado indígena de Regulares. 1936
- Pintura de la figura: Luis Sanz Larrey
Al comienzo de la Guerra Civil en 1936, el Ejército Nacional estaba formado casi exclusivamente por las unidades del entonces llamado Ejército de África, aquellas que estaban de guarnición en la zona del protectorado español del Norte de Marruecos y que eran tropas de élite, muy fogueadas en combate y totalmente profesionales: La Legión y los Regulares.
En 1936 el cuerpo de Regulares seguía su composición interna que ya se reglamentó en el momento de su fundación en 1911, cada grupo tenía tres tabores (similares a batallones) y el 18 de julio de ese año existían los siguientes grupos de Regulares:
- Tetuán nº1 .
- Melilla nº 2
- Ceuta nº3
- Larache nº4
- Alhucemas nº5
Durante el transcurso de la guerra se fueron ampliando el número de tabores que conformaban cada grupo hasta llegar a los 11 por grupo, los cuales se fueron integrando poco a poco en las distintas divisiones del Ejército Nacional.
Su estructura interna la formaban por parte de personal peninsular: un teniente coronel al mando del Grupo y cada tabor al mando de un comandante, tres capitanes, nueve tenientes, tres suboficiales, nueve sargentos, veinte cabos, dos cornetas, cinco soldados de primera y sesenta y siete soldados de segunda. El elemento indígena de cada tabor estaba compuesto por: tres oficiales, nueve sargentos, diecinueve cabos, diez cornetas, diecinueve soldados de primera y doscientos ochenta y cuatro soldados de segunda.
Este ejército pudo ir pasando a la península gracias a la ayuda de los aviones de transporte alemanes con bastante celeridad, hasta el punto que a primeros de septiembre, ya estaban en la península todos sus efectivos, los cuales fueron de fundamental ayuda para el avance por Andalucía en los primeros meses de la guerra.
El soldado regular marroquí era un combatiente feroz, disciplinado, que aguantaba estoicamente los rigores del combate y seguía a sus mandos peninsulares sin cuestionar nada. Esto no significa que el mando se impusiera al soldado marroquí porque sí, había que ganárselo y por ello los oficiales peninsulares debían dar ejemplo y ser los primeros en el combate y mandar de forma enérgica pero justa. Si los solados indígenas veían en estos mandos todo ello, además de alguien que se preocupaba porque tuviesen lo básico en los momentos de no combatir, su fidelidad llegaba hasta el final.
Prueba de todo esto es que los Regulares junto a la Legión llevaron el peso de las grandes operaciones militares durante la Guerra Civil y allí donde el avance se atascaba o detenía por el ímpetu del enemigo a los primeros que se enviaba para solucionarlo eran a estas tropas.
Ni decir tiene que el número de bajas en este cuerpo a lo largo de la guerra fue enormemente alto, pero nunca faltó personal para ir cubriéndolas y formar nuevos tabores.
En cuanto a su uniformidad, no varió mucho desde su fundación en 1911, ya que seguían vistiendo con el uniforme color garbanzo (grano de pólvora, según la denominación de la época), con más o menos abrigo dependiendo del momento.
Lo más usual con tiempo agradable es que usaran las camisas arremangadas y como pantalón los típicos zaragueles morunos, muy similares en su corte a los usados por los zuavos y que era una prenda típica de esta zona de África. También usaban guerreras de corte similar a las europeas. En cuanto a la prenda de cabeza, el tarbuch y el turbante eran lo más usado.
En ninguna de estas prendas faltaba el que era y sigue siendo el emblema de Regulares: la media luna con los dos fusiles cruzados.
La peculiaridad en la uniformidad de Regulares lo marcaba desde su inicio las fajas y las polainas del color asignado a cada uno de los grupos: Tetuán, azul; Melilla, rojo; Ceuta, verde; Larache, azul oscuro; Alhucemas, verde oscuro.
La chilaba tan típica de la zona fue otra prenda indispensable en la uniformidad regular y prenda de abrigo imprescindible en las frías noches de campaña.
Por lo tanto, el protagonista de esta figura, bien podría estar situado en estos primeros meses del inicio de la guerra, rodeado de todo el equipo que se había transportado y que tan necesario iba a ser en los avances posteriores, aunque no renuncia a un pequeño descanso para él y el resto de compañeros de su pelotón, en forma de un té verde en las grandes teteras que acompañaron a estos soldados.
La figura, forma parte de una ya extensa colección sobre la Guerra Civil española y está modelada a una escala de 70 mm con masilla epoxídica Epofer partiendo de un armazón de alambre de cobre, al cual, poco a poco se va dando forma hasta llegar a la ropa y demás detalles del equipo.
La pintura ha corrido a cargo del maestro Luis Sanz Larrey, el cual es un verdadero genio a la hora de sacar todos los pequeños matices de cualquier figura que aborda, dándole además ese valor añadido en cuanto a ambientación indispensable para situarlo en el contexto exacto.
Antonio Meseguer