Rodrigo Díaz de Vivar. El Cid.

Rodrigo Díaz, conocido universalmente como El Cid, es una figura que ha marcado la historia de España y ha capturado la imaginación de generaciones a lo largo de los siglos. Según una tradición bien arraigada, aunque sin respaldo documental, Rodrigo nació en Vivar, actualmente Vivar del Cid, un pequeño pueblo perteneciente al municipio de Quintanilla de Vivar, situado en el valle del río Ubierna, a unos diez kilómetros al norte de Burgos.

La fecha exacta de su nacimiento es un misterio, algo habitual cuando se trata de personajes de la época medieval, aunque los historiadores han propuesto diversas dataciones que oscilan entre 1041 y 1057. Sin embargo, los estudios más recientes sugieren que lo más probable es que haya nacido entre 1045 y 1049. Su padre, Diego Laínez, era un noble cuya familia había perdido su influencia en la corte, posiblemente debido a un levantamiento contra Fernando I. Buscando fortuna, Diego se estableció en el valle del Ubierna, donde se destacó durante la guerra con Navarra en 1054, lo que le permitió adquirir las posesiones de Vivar, lugar que probablemente vio nacer a Rodrigo.

Desde joven, Rodrigo se vio envuelto en las intrigas y conflictos de la corte. Fue criado en el entorno del infante don Sancho, el primogénito de Fernando I, quien le otorgó el título de caballero y lo llevó a participar en su primer gran combate, la batalla de Graus, en 1063. Este enfrentamiento tuvo lugar en un contexto en el que las tropas castellanas acudieron en ayuda del rey moro de Zaragoza, protegido por Fernando I, para hacer frente a la amenaza del rey de Aragón, Ramiro I, quien perdió la vida en esta contienda. Tras la muerte de Fernando I en 1065, su reino fue dividido entre sus hijos, creando un ambiente de rivalidad que culminaría en enfrentamientos bélicos. En este contexto de inestabilidad, Rodrigo comenzó a destacar por sus habilidades militares, ganando el respeto tanto de sus aliados como de sus enemigos. Se le atribuye el sobrenombre de «Campeador», que significa «el Batallador», un título que lo acompañaría a lo largo de su vida y que lo haría famoso tanto entre cristianos como musulmanes.

A medida que las tensiones familiares aumentaban, Rodrigo continuó al servicio de Sancho II, quien había unificado temporalmente los territorios. Sin embargo, en 1072, la traición y el conflicto lo llevaron a la muerte del rey, un acontecimiento que cambió el rumbo de su vida. A pesar de la confusión que siguió a la muerte de Sancho, Rodrigo mantuvo su lugar en la corte bajo el nuevo rey, Alfonso VI, con quien se había ganado la confianza a través de su valentía y lealtad. Sin embargo, no todo sería fácil para el Campeador. En un giro inesperado de los acontecimientos, las intrigas de la corte, junto con las tensiones políticas, lo llevaron al destierro en 1081.

Durante este periodo, Rodrigo buscó nuevos caminos y aliados, primero dirigiéndose a Barcelona, donde no fue bien recibido, y luego encontrando refugio en la taifa de Zaragoza, un movimiento que no era inusual para los caballeros cristianos en esa época.

Een Zaragoza, Rodrigo sirvió bajo el rey Almutamán, defendiendo la ciudad contra las amenazas aragonesas y participando en campañas significativas, como la de Almenar en 1082 y Morella en 1084. Estas acciones no solo cimentaron su reputación como un líder militar formidable, sino que también le permitieron recuperar su estatus. Sin embargo, la muerte de Almutamán en 1085 lo llevó a una nueva encrucijada. Aquel mismo año, Alfonso VI, tras la conquista de Toledo, decidió sitiar Zaragoza. La llegada de las tropas almorávides obligó a Alfonso a levantar el cerco y retirarse, un revés que provocó una reconciliación entre él y Rodrigo. Así, el Campeador regresó a la corte, donde continuó sirviendo a Alfonso VI, asumiendo diversas responsabilidades, entre ellas la defensa de las fronteras.

A medida que la presión almorávide aumentaba en el Levante, Rodrigo se embarcó en una ambiciosa campaña para conquistar Valencia. La ciudad, en crisis tras la muerte de su rey, se convirtió en el objetivo de Rodrigo. Después de un cerco prolongado, Valencia cayó en junio de 1094. Este triunfo no solo lo convirtió en un héroe, sino que también le otorgó el título de «Príncipe Rodrigo el Campeador», además del tratamiento árabe de «sídi», que significa «mi señor», dando origen al sobrenombre de «Mio Cid». Sin embargo, la victoria vino acompañada de nuevos desafíos. Las fuerzas almorávides no se retiraron y la defensa de Valencia exigió todo su empeño.

Durante los años siguientes Rodrigo continuó enfrentándose a las amenazas almorávides, consolidando su dominio en la región a través de campañas exitosas y fortaleciendo su posición como líder militar. Su capacidad para unir fuerzas y negociar alianzas, así como su tenacidad en el campo de batalla, lo convirtieron en un referente tanto para sus compatriotas como para sus enemigos. A pesar de la complejidad de su situación y aunque las presiones externas aumentaban, el Campeador dejó una huella indeleble en nuestra historia con sus alianzas, batallas y conquistas

Rodrigo Díaz de Vivar falleció en mayo de 1099, posiblemente de muerte natural. Su figura no solo simboliza la resistencia cristiana durante la Reconquista, sino que también representa un complejo entramado de lealtades, traiciones y ambiciones en una época de intensos cambios políticos y culturales en su mayoría documentados, lo que nos pueden dar una idea más que aproximada del personaje y de su época. Sin embargo, y pese a que gracias a la historiografía podemos distinguir aquello que sucedió realmente de aquello que con toda probabilidad no ocurrió, nada de lo anteriormente expuesto supera a la imagen del Cid haciendo jurar al rey castellano  que no tuvo nada que ver en la muerte de su hermano mientras posa este, tembloroso, su mano sobre la biblia. No supera al “Que buen vasallo, si tuviera buen señor” de su cantar. Y por supuesto, en ningún caso nos hará olvidar al Cid, atado sobre su montura dirigiéndose al combate para “ganar batallas hasta después de muerto”. Todas las naciones tienen personajes e ideas que están bajo las raíces de su creación, cuya transcendencia está a veces muy alejada de la realidad. Son sus mitos fundadores, y sin duda este es uno de los nuestros.

– ooOoo –

La figura y su pintura

Esta figura del Cid de Andrea Miniaturas es de otra época. Es una figura de un tipo del que ya se hacen pocas. Todos tenemos en el recuerdo figuras que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida modelística, que conocemos casi desde siempre. De la conocida marca Andrea, que fue una de las marcas más populares hace unos años y que actualmente está algo desaparecida, hay algunas figuras que todos podemos recordar. Este Cid y el Stoormtrooper son, en mi caso, dos de estas figuras. Tengo muchas más en el recuerdo y en la estantería. Son figuras de metal, grandes, pesadas, con atención a los detalles y al rigor históricos.

Esta figura tiene un despiece típico de figuras con cota de malla. Se ha intentado que las uniones no se sitúen en ella. Cada pieza es grande y pesada y se hace necesario el uso de pegamento epoxi y de pernos. Hay alguna junta que requiere el uso de masillas y la de dos componentes dejará unas juntas que ni se notarán una vez se imprime.

La figura trae una pequeña base que es fácil adaptar con masilla, algunas piedrecitas y arena a una peana de madera de 8×8. Dado el tamaño y peso de la figura decidí que lo mas práctico sería ubicarla directamente en la peana una vez montada y asegurada con pernos y pintarla sujetándola por dicha peana. Eso reduciría la necesidad de manipulación y el riesgo de accidente. Esta figura es mucho más pesada que lo que habitualmente pintamos.

Tras imprimarla en gris procedí a pintar la cara, para la cual usé un set pintura de caras de Ammo que me acababan de regalar. Un compañero me ayudo corrigiendo los ojos y sobre todo las transiciones de las mejillas, que me habían quedado demasiado marcadas. En este caso de hacia necesario trabajar mucho las sombras, dado la forma de la cara y de como esta rodeada por la vestimenta. Tengo desde hace tiempo unos sets de Andrea, por lo que decidí que este era el mejor momento para estrenarlos. La capa la pinté con el set de rojos. Partí del color mas oscuro y fui subiendo de tonos en los pliegues, hasta llegar al mas claro. Termine dándole unas veladuras en la máxima luz de rojo amaranto para darles viveza. El cinturón azul lo hice con el set de azules. Tanto la capa como el cinturón los hice con el aerógrafo. Para los cueros usé recetas clásicas de negros y marrones de Vallejo. El blanco está realizado con marrón cubierta y unas luces en blanco pergamino.

Y ahora los metales, que creo que es la parte más efectista de esta figura. Estos están realizados con unos antiguos botes de pintura metálica de Gunze que conservo desde mis inicios en las figuras. Son pinturas muy curiosas, ya que se pueden bruñir y sacan un brillo muy bonito. Pinte todas las superficies metálicas en hierro de Gunze, frotándolas un poco con un bastoncillo de algodón para sacarles el tono deseado. Esto es muy evidente en el casco, el escudo y la espada. Para darles volumen les di unos lavados en negro. La cota de malla sacó un color metálico que me gustaba mucho, pero había que tratarla también como un paño, por lo que le di unos lavados en negro para dar sombras y con plata de Vallejo di unas luces. Finalmente di unos detalles en oro viejo de Vallejo. Para terminar pinté la base con diferentes tonos de tierra y la cubrí con uno de esos popurris de hierbas secada, pequeñas raíces, restos de ramitas que tanto nos gustan hacer a los modelistas.

Está figura la pinté teniendo en mente la magnífica versión que hizo Julio Cabos. Sabía que con mi nivel de pintura no me podría ni acercar, pero sí que podría disfrutarla al máximo y sobre todo poner mi cariño en ella para que finalmente fuera una muestra de ello en la vitrina de un amigo.

José Elías Fernández