Maltiempo, Cuba 1895
- Modelado de las figuras: Antonio Zapatero
- Texto: Rafael Gil
El Capitán Requejo era un militar profesional desde los dieciocho años, con una amplia hoja de servicios que incluía campañas en los frentes aragoneses y vascos de la última guerra carlista, y por dos veces en África. Era hijo de un comerciante de Aranda de Duero, cercano a los cuarenta, de porte orgulloso, ojos azules de mirada franca, bigote de guías cortas bien peinado que se completaba con una poblada barba de perilla. Su uniforme, siempre reglamentario, no admitía una arruga o una mancha. No destacaba por su estatura o su complexión, pero su presencia inspiraba respeto.
Sus experiencias de combate hacían de él un veterano descreído, consciente de su deber y sabedor de la necesidad de una fuerte disciplina e instrucción para conseguir que sus hombres cumplieran sus órdenes y tener una posibilidad de salvar la vida.
Al día siguiente de nuestra llegada nos retiraron nuestro fusil Remington sustituyéndolo por el nuevo Mauser español, para nosotros completamente desconocido.
A las dos compañías del Batallón se les asignó algunos veteranos de otras unidades, que sin apenas tiempo, colaboraron en nuestra instrucción de orden cerrado, enseñándonos a manejar el nuevo fusil sin munición de guerra, formar el cuadro y las cuatro reglas básicas para manejar el machete que colgaba de nuestro costado izquierdo.
Durante las primeras semanas participamos en las operaciones en busca de alguna unidad dispersa de insurrectos en el Occidente. Se decía que los rebeldes, dirigidos por Maceo, pretendían invadir estas provincias para enlazar con estos grupos aislados y desorganizados de mambises, y así extender la insurrección hasta La Habana.
Los primeros enfrentamientos con estas partidas consiguieron elevar nuestra moral, ya que los insurrectos apenas contaban con un puñado de armas de fuego ligeras, escasa munición, y sus machetes. Mal equipados y sin ninguna preparación militar, escasos en número y sin mandos preparados, sólo contaban con su entusiasmo frente a la gloriosa infantería española, y nos costó poco ponerles en fuga en acciones sin mayor trascendencia estratégica.
Para reforzar la provincia de Santa Clara, por donde se esperaba la invasión rebelde, fuimos destinados al campamento de Cruces, a medio camino entre Cienfuegos y Santa Clara. Nuestras órdenes eran bloquear el acceso a Santa Clara y Cienfuegos de las partidas insurrectas dirigidas por Máximo Gómez y Maceo. Por ello, el 15 de Diciembre formamos con el equipo de guerra los batallones de Barbastro, San Marcial, Bailén y Canarias, un destacamento de Montesa y unos 1000 jinetes de Treviño, a las órdenes del coronel Arizón.
Los de Barbastro y San Marcial se dirigieron al ingenio Andrieta; el Bailén y nosotros, unos 500 hombres con los jinetes de Montesa, nos dirigimos a Maltiempo, bajo las órdenes del teniente coronel Rich, y el coronel Arizón, con la caballería de Treviño, a una hora en retaguardia.
No se desplegaron patrullas de reconocimiento y de pronto se oyó una descarga. Serían las 10 de la mañana. Un centinela rebelde había descubierto nuestra columna y alertaba a sus camaradas.
De pronto la unidad de vanguardia insurrecta aparece ante nosotros desplegada en guerrilla, y tras ellos una enorme masa de jinetes enarbolando sus machetes se lanza contra nuestro flanco derecho. Antes de poder formar el cuadro, nuestros compañeros del Bailén, quintos bisoños, presas del pánico, abandonan sus armas y huyen intentando salvar sus vidas. Son macheteados sin piedad y prácticamente aniquilados. En pocos minutos cerca de cien cadáveres sembraban la llanura y nuestra aureola de invencibles se esfuma al ver las expresiones de los camaradas que huyen en todas direcciones. Un oficial intenta organizar el caos del Bailén y es arrollado por sus hombres y macheteado por un rebelde que abre su cabeza en dos…
El pánico ante esta dantesca visión nos inmoviliza, pero el capitán Requejo reacciona con presteza, y con voz enérgica transmite la única orden que puede salvarnos la vida: “¡Formen el cuadro!”. Suficiente para los veteranos que comienzan a sacudirnos, empujarnos, colocarnos a cada uno en nuestro sitio. Como hipnotizado me dejo caer sobre la rodilla derecha mientras desenfundo mi bayoneta. Las manos me tiemblan y con dificultad consigo encajarla en la bocacha. El capitán, revólver en mano comprueba que su orden se ha cumplido. Es nuestra única oportunidad…
Los insurrectos corren entre los cadáveres de nuestros camaradas del Bailén, apropiándose de sus fusiles y pertrechos, se reorganizan y cargan contra nosotros dando terribles gritos y alaridos. El Capitán Requejo da las órdenes: “Carguen”. Dentro del cuadro sólo se escucha el ruido metálico del cierre del fusil. Delante de mí, la primera línea del cuadro se tensa, pero nadie se mueve. “Apunten”. Los insurrectos se acercan al galope, apenas 100 metros de nuestra línea, 80, 50… Esperan encontrarse con otro grupo de bisoños reclutas, pero el Capitán nos sujeta en el cuadro, y apenas a 30 metros da la orden: “Fuego por descargas”.
La primera carga rebelde al machete contra el frente derecho de nuestro cuadro cae por tierra, y la segunda línea se dispersa sorprendida abriéndose a los lados, recibiendo la descarga de nuestros camaradas de los otros frentes del cuadro. Esperaban quintos asustados, que lo éramos, pero nuestro capitán y sus veteranos nos hicieron controlar el miedo, ese pánico que perdió a los del Bailén.
Los jefes de las partidas mambises se esfuerzan en reunir y reorganizar a sus hombres. Ya están sobre aviso y no serán tan confiados en adelante. Abren fuego disperso sobre nosotros utilizando los fusiles que han capturado al Bailén provocando las primeras bajas entre nosotros, y preparan una nueva carga, que esta vez llega por todos los frentes del cuadro con gran ímpetu. Las bajas entre los nuestros abrían huecos en los frentes del cuadro, cubiertos de inmediato por las filas posteriores.
Las órdenes del capitán Requejo se repiten: “Carguen”, “Apunten”, “Fuego por descargas”. Nuestra respuesta empieza a automatizarse, nos va la vida en ello. Y el resultado se repite una y otra vez… así durante al menos una hora que se hizo eterna.
Con cada carga, los mambises se volvían más recelosos e iban perdiendo su empuje. En más de una ocasión nos conminaron a rendirnos, pero el capitán rechazaba la oferta una y otra vez.
De pronto los mambises abandonan el asedio a nuestro cuadro y se dirigen a nuestra retaguardia. A unos cientos de metros ha aparecido el coronel Arizón con las dos compañías de Barbastro y un escuadrón de Montesa, y se ve obligado a formar el cuadro ante la carga rebelde, que se apropia de otros pertrechos y armas de la columna recién llegada.
A eso de las 13 horas, cuando comprueban que este hueso no iba a ser tan fácil de roer como los bisoños reclutas del Bailén, los jefes mambises dan la orden de retirada, dejando sobre el campo decenas de cadáveres y heridos.
Dueños del campo, el capitán ordenó retirarnos apoyándonos en los hombres del coronel Arizón, hacia una casa de mampostería que había cerca, llevando con nosotros los cadáveres de los muertos y a los heridos. Cerca de una decena de compañeros dejaron su vida en esa acción, y alguno más resultó herido, todos por balas probablemente de los fusiles capturados.
En retaguardia iban los veteranos sin perder de vista las últimas patrullas de insurrectos que vociferaban orgullosos, con el botín de armas y equipo que nos habían quitado.
Hubo que cavar trincheras previendo futuros ataques, y una vez establecidos los turnos de guardia, atendidos los heridos y dada sepultura a los muertos, pudimos comer algo y descansar.
El coronel Arizón se acercó a nuestras posiciones a felicitarnos y comunicarnos que iba a solicitar al Capitán General el ascenso a comandante del capitán Requejo en cuanto llegáramos a Cruces, así como de otros oficiales de la compañía. El teniente Carrasco, jefe del 2º pelotón, lleno de orgullo, se dirigió entonces al coronel Arizón para reclamar la Laureada para el Capitán en base a la tenaz defensa que había realizado y a las muchas bajas infringidas al enemigo, de lo que daba fiel testimonio la llanura de Maltiempo, pero el capitán le hizo callar porque en esa jornada sólo había cumplido con su deber, como lo hubiera hecho cualquier soldado español en esas mismas circunstancias.
Pasamos la noche en aquella posición atentos a nuevas incursiones mambises, y a la mañana siguiente emprendimos el regreso a Cruces. En la columna no había risas ni cánticos. Las escenas de horror vividas la víspera se repetían ante nosotros y nos impedían exteriorizar el legítimo orgullo por el deber cumplido y la alegría por seguir con vida tras la masacre de nuestros camaradas del Bailén.
Y ahora, después de casi dos años más de operaciones en las provincias de Matanzas y Pinar del Río, agotados por los combates, demacrados por las enfermedades, con el horror marcado en la mirada, regresamos a España.
Tiempo después, de vuelta al pueblo, supimos del merecido recibimiento que como héroe le dispensaron sus paisanos al bajar del tren en Aranda, así como de que el Consejo de Guerra y Marina que había incoado Juicio Contradictorio para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando por la acción de Maltiempo, había dictaminado que tal honor no era aplicable al Comandante Requejo. En desagravio se le concedió la Cruz de 2ª clase del Mérito Militar con distintivo Rojo por las penalidades sufridas y el valor demostrado.
Antonio Zapatero y Rafael Gil