La vanidad de la caballería

Hace muchos años tuve la oportunidad de conocer a quien debería de figurar, negro sobre blanco, en los inexistentes anales escritos del modelismo español: Fernando Beneito. Comentaba este “padre” del modelismo ibérico, que había muchas temáticas interesantes, sin duda, pero que siempre, después de dar muchas vueltas y vueltas a diferentes guerras y épocas, acababas retornando a las figuras napoleónicas.

¿Porqué? No lo sé. Beneito podía tener razón o no, pero el caso es que esto me suele ocurrir a mí. Quizá sea porque en las Guerras Napoleónicas nunca hubo guerreros con uniformes tan elegantes, distinguidos y refinados, vestuarios de tan conspicuos colores y disfuncionales hechuras, prendas militares de diseño tan barroco… Mirado desde la evolución pragmática de los uniformes acaecida en el siglo XX, podría decirse que parecen apuestos guerreros con facha de opereta, y deducir que vestidos para matar nadie marchó al campo de batalla con tal elevada e inútil guisa. A todo ello se une su contexto, un periodo bélico que a veces resulta más fantástico que la trilogía del “Señor de los anillos”, en donde no faltan batallas, campañas, personajes, victorias y derrotas que parecen animadas por música de Wagner y trama de epopeya griega. Explicado así, es fácil entender el por qué esta era es un clásico que suele enamorar a pintores y entusiasmar pinceles, salvo que llegue un día en que los modelistas de fantasía, más por ignorancia que por fundamento, hagan tabla rasa y acaben con el modelismo histórico, que todo puede llegar…

El caso es que este otoño me lie con estas dos figuras protagonistas de este artículo: un Chevau-Leger Lancier y un Scots Grey. Ambos a escala 75 mm y de la firma británica Gordon Mitchel, esculpidos por Nello Riviecco. A mi parecer son bastante atractivas, como todo lo que está haciendo este escultor transalpino a través del esculpido digital, pero tengo que decir que el esplendor que lucen en el renderizado 3D, no se refleja al cien por cien en su trasposición al mundo analógico…


Los Scots Greys y el cuarto regimiento Chevau-Leger Lancier fueron dos regimientos de caballería ligera, pero de muy diferente origen y perfil. Ambos forman eterna pareja de baile del belicoso musical napoleónico y de su épica y novelística batalla de Waterloo, esa que los franceses tuvieron diez veces la oportunidad de ganar y la perdieron otras tantas, la misma que Napoleón planteó con estrategia genial y en la que, a su vez, los franchutes cometieron errores imperdonables. En ella, en Waterloo, los “grises escoceses” cargaron con éxito y honor (se dice que parte de su arrojo era fruto de alguna copa de más de ginebra…), y los lanceros franceses les contra cargaron con fría oportunidad y profesionalidad letal. Y dicho esto, pues helos aquí junticos en este artículo, eternos novios de la muerte, unos de rojo y otros de verde, adversarios de esas sangrientas efemérides sobre las que (por alguna enigmática razón que mi corazón entiende mejor que mi razón), nos encanta leer, hablar y representar con nuestra pinturas.


Particularmente, mi pasión por estos dos regimientos viene de largo. Cuando yo era un niño fui a ver la peli titulada Waterloo (producción de 1971) en un cine de barrio, y en mis pupilas se gravó para siempre la carga de este afamado regimiento de caballería escocés contra las huestes francesas del cuerpo de infantería D’Erlon, que ascendían en fornidas y macizas columnas al encuentro de la “la delgada línea roja”. Wellington (en la peli representado por un impecable Christopher Plummer), catalejo en mano y sin inmutarse, le indicaba a Uxbridge, su jefe del arma de caballería:

“Milord, dígale al borracho de Ponsonby que deje de empinar la petaca y de esnifar rape, y cabalgue inmediatamente a la cabeza de su fuck Union Brigade, y que arroye a toda esa turba de revolucionarios”.
El caso es que los Scots Grey, siguiendo la instrucción del Duque de Ciudad Rodrigo, entraron dando sablazos hasta la cocina del Petit Caporal. Pero pobres escoceses…, no se sabe si ya iban jartos de Ginebra, o es que se les subió a la cabeza la exitosa cabalgada, pero el caso es que fueron más allá de lo prudente. Napoleón, que si sabía poco de algo era de mujeres y de las artes de Venus, pero demasiado de las de Marte: miró también por su catalejo, y rápido como el rayo de Zeus vio que aquellos equinos grisáceos y casacas rojas estaban ya derrengados de tanto cabalgar, sus filas dispersas y chapoteaban ya torpe, exangües y vacilantes en el denso barro:
“C’est quoi cette merde, Jacquinot” ordena a tus lanceros que les metan a esos pecosos pelirrojos la moharra por el culo, comme il faut”.
Y en la verde campiña belga se lio la parda, al teñirse de roja sangre escocesa…

Nuestro Scots Grey en 75 mm. tiene una escultura muy atractiva, representa a un oficial que desciende por una cuesta en elegante postureo, con una seguridad en su mismo propia de la “vanidad de la caballería”, y sable ya desenvainado, como dispuesto a prepararse para la carga. Este regimiento escocés de caballería tiene sus ancestros en los regimientos de dragones de Su Majestad, malvada caballería según Hollywood (que se le pregunten a Mel Gibson…). Acorde a las reformas de esta arma efectuadas unos años antes por los británicos, ya se había olvidado de su carácter “anfibio” o infantería montada que representaban los dragones, y los “grises escoceses” operaban de forma ortodoxa como “caballería de línea”. Su nombre les viene dado por el color del pelaje de sus monturas.


La otra figura representa al cuarto regimiento de Chevau-Leger lancier. Si hubo un tipo de caballería que pusieron de moda las guerras napoleónicas, fueron los lanceros. La lanza se rescató de las viejas tradiciones guerreras ya olvidadas en los herrumbrosos arsenales de alguna nación de Europa del este. Animados por el que creían su nuevo redentor, la nobleza polaca puso a disposición de las huestes galas los llamados regimientos 7º y 8º de lanceros. El corso, impresionado por su eficacia, se mostró deseoso de aumentar el número de este tipo de caballería ligera, con la que poder competir con los magníficos cosacos, al servicio del poderoso y desconfiado y enigmático Zar de todas las Rusias.

La física del alanceamiento era terrible. Nosotros, ciudadanos del siglo XXI, “acostumbrados a matar fríamente a distancia y con máquinas”, no podemos hacernos una idea del temor a las armas blancas de antaño, pero tanto infantes como caballería, tenían un especial temor psicológico a enfrentarse cara a cara con el arma astada, pavor a ser ensartados por su afilada moharra, atravesados ignominiosamente de parte a parte y ser arrastrados como peleles por una fuerza terrible y descomunal, arrostrando una muerte segura.
Este pánico es fácil de entender ya que la gran longitud de la lanza permitía al lancero mantener a raya a su enemigo, permitiéndole así agredir y a la vez evitar ser agredido, con relativa seguridad. La lanza era impulsada por la fuerza conjunta de la masa de jinete y caballo al trote o galope, concentraba en la puntiaguda moharra de su extremo, resultando una fuerza de choque y penetración demoledora. En el primer encuentro la iniciativa y la superioridad en el ataque estaban siempre del lado del lancero, pero esquivado el primer lanzazo, se solía producir una melé a muy corta distancia en donde la lanza se vuelve torpe. Otro problema importante de la lanza es que su fuerza, al hendir un cuerpo humano, bien puede descabalgar fácilmente al mismo jinete que la porta, y obligarle a perder su lanza que queda clavada en el enemigo.


El caso es que mis dos figuras están ambientadas en Waterloo, esa batalla que los franceses pudieron ganar en diez ocasiones y que se perdió en otras tantas… Una batalla sobre la que se ha tergiversado demasiado, víctima del marketing histórico y sobre su victoria “algunos” se han atribuido más mérito del que les corresponde, porque “la historia la gana quien publica”, y que conste que esto lo dijo un tal Churchill. Pero a mí me da igual, pues cuando vi las dos figuras evoque al niño de 10 años que fui y que se quedó pasmado viendo en el cine a esos tristes caballos grises, que parecen evocar el melancólico cielo de la bonita Edimburgo, capital de este afamado regimiento; y a esos verdes jinetes de arma blanca tan larga y que ya en el filme su moharra parece brillar con anticipada malevolencia cuando se prestar a cargar, y cruelmente alanceaban las espaldas de los bravos escoceses. He tenido que esperar cuarenta para poder representar aquel episodio, a mi manera…

Pintando las figuras
Los pintores que pintan fantasía, a veces nos fascinan porque se siente muy libres, sin ataduras, y los resultados nos parecen espectaculares. Los pintores de figuras históricas nos vemos más constreñidos en cuanto a colores y efectos. Pero en mi opinión, no se debe de olvidar una idea enseñada en “primero de Bellas Artes”, y es que los pintores “expresan” una realidad, pero ésta no puede ni debe ser unívoca (Goya no pintaba como Murillo, ni este como Velázquez, y todos ellos son pintura clásica, realista, y todos ellos excelentes en su estilo). Así pues, y en mi opinión, una vez elegido lo que deseamos representar y qué estilo nos gusta más (concepto), seleccionamos las técnicas más adecuadas para conseguir lo que nos proponemos. Es decir, las técnicas están al servicio del estilo que deseamos.



Estas figuras tienen un estilo determinado por gradaciones de color, juegos de volúmenes, iluminación, definición de volúmenes y perfilados, que a algunos les puede gustar más y a otros menos. Suelo partir de bases acrílicas, subidas y sombradas con aerógrafo en varias fases. Después viene el trabajo a pincel, con el que aplico veladuras y definiciones más intensas con óleos. Finalmente, y siguiendo con el pincel, vuelvo al acrílico para perfilar y aplicar puntos de luz máximos. En una fase final, repaso la figura aquí y allá, y últimamente sombreo ya con caballo y jinete ensamblados, suavemente con tintas tiradas con aerógrafo, allá en donde veo que la figura agradece un realce de volúmenes. Esto último, no camufla el trabajo anterior porque actúa como sutiles veladuras.

Los equinos de los escoceses deben de ser grises o grises, no hay alternativa. Pero el pelaje grisáceo es muy variado, tanto en sus tonalidades como en las abundantes manchas, que van desde ligeros jaspeados a manchas más o menos extensas e irregulares de blanco sobre gris o negro sobre gris claro. A estos caballos se les suele llamar tordillos, blancos sucios que a veces tienen sombras azuladas, u ocres y tostadas. Se puede partir de bases de grises medios y azulados, o de ocres claros, para después aclarar en subidas estas bases hasta llegar incluso al banco. Respecto a los sombreados, a mí me son muy útiles los oleos, usando para estos casos el llamado “gris de Payne”, o el sombra tostada, o ambos en diferentes fases, aplicando pátinas con mucho porcentaje de esencia de trementina (con la densidad de un te) por todo el caballo. Las pintas o manchas se pueden hacer con esponja, o con aerógrafo escupiendo pequeñas manchas a muy baja presión del compresor, o incluso con pincel.

En el caso de las monturas de los lanceros franceses, lo suyo es coger modelos marrones en su amplia variedad como castaños, zainos, alazanes y otros. La técnica es la misma, lavados oscuros de óleo (siena tostado en este caso) y subidas de color con aerógrafo y pincel.

Figuras napoleónicas
Nunca fue un problema elegir: hay de todo para quien quiera pintar estas bonitas figuras, desde la amplia gama de Metal Modeles (muy completa y bien resuelta, pero para mi gusto algo pasada de moda por noventera y muy estática), hasta las figuras de Pegaso, que me parece que siguen siendo muy buenas, sobre todo la serie de 75 mm. a caballo y una serie en 54 protagonizada por líderes franceses, bastante chula.


Películas
Yo no conozco más que una película: Waterloo, ya mencionada y producida en 1971. Es una coproducción en la que participaron hasta los soviéticos prestando miles de extras. En líneas generales la peli está bien, pero ya va siendo hora de que algún productor se anime con otra peli sobre esta batalla, aunque Ridley Scott estrenó el año pasado una superproducción sobre la vida de Napoleón, que resultó una super-basura. Una vez mas ¡¡ “C’est quoi cette merde…” diría nuestro admirado corso.


Pero para no dejar mal a este mito del cine, diré que su “ópera prima”, Los duelistas, es una peli magnífica; no trata de Waterloo pero sí del duelo eterno entre dos húsares napoleónicos, con magnifica evocación, vestuario y guión; como no, basado en la novela homónima de escritor polaco-británico Joseph Conrad, así cualquiera…. Si no habéis visto esta producción, ya estáis tardando.
Libros
Sin embargo, sobre la batalla de Waterloo se ha escrito mucho y bueno. Yo destacaría y recomendaría dos, sin despreciar al resto que son casi todas decentes: la del autor italiano Alessandro Barbero, Waterloo, La última batalla de Napoleón; y una obra magistral de un español, Ildefonso Arenas y su Álava en Waterloo, que además de dar narrar la batalla excelentemente, te explica todas las intrigas del previo y famoso Congreso de Viena.


José Antonio Fernández Mayoralas