Camino de Pavía
En la escena está representado uno de los cañones de la artillería de Carlos I, arrastrado por dos sufridos bueyes, saliendo por la puerta de una ciudad en la Lombardía del año 1525.
Estas piezas de artillería eran de ánima lisa, el ánima rayada, mucho más eficaz, aparece tres siglos después. La espiral grabada, al hacer girar al proyectil en el interior del cañón, hace que este salga como si fuera una broca abriendo un túnel en el aire, logrando mayor velocidad y alcance.
Los cañones iban grabados con escudos, nombre del fabricante, año de fundición, el nombre del propio cañón,… estas grandes piezas recibían nombres de muy diferentes clases: unos eran religiosos: Nª Sª de Covadonga, Santiago…; otros definían sus cualidades: El matador, Destructor, Rayo,…; había nombres de animales y personajes reales o mitológicos: Hércules, Dragón, El león, Jasón,…; e incluso algunos recibieron nombres más vulgares como: La tetuda, El pollino, El gran diablo, Espérame que allá voy, etc…
Estamos en el inicio del año de 1525, el tiempo es infernal, es invierno y todo está lleno de charcos y barro, hace mucho frío y es muy duro deambular por esos caminos intransitables. Al fondo de la escena un árbol desnudo espera mejores tiempos para florecer.
Un landsquenette imperial con una alabarda al hombro y un perro llamado niebla, acompañan a la pieza de artillería, llevan un lento y cansino caminar pues acaban de iniciar su jornada y aún quedan muchas leguas para poder reunirse con el ejército que asediará la ciudad de Pavía. Mientras el cañón y el landsquenette se alejan un par de niños, uno a caballito del otro, les siguen con el pensamiento en las maravillosas aventuras que van a vivir nuestros protagonistas cuando les toque enfrentarse con las fuerzas francesas de Francisco I.
Los lansquenetes actúan como grupo mercenario mostrando una gran fiereza en el combate, en la lucha actuaban como una tropa disciplinada y tremendamente eficaz, fuera de la batalla eran borrachos, crueles, se dedicaban al pillaje y a la violación. Su desfachatez y ganas de bronca se hicieron famosas. La espada corta, Katzbalger en alemán -literalmente “destripagatos”-, era un arma ancha con filo y estoque y una longitud de unos 70 centímetros, en su vestuario no incluían casco ni piezas metálicas, era habitual que se tocaran con una amplía gorra, un jubón de piel, casacas abiertas y calzones amplios y acuchillados todo ello de vivos y variados colores. Una frase muy utilizada por los lansquenetes decía: “Dios nos dé cien años de guerra y ni un solo día de batalla”.
Por otro lado, un ballestero observa desde las almenas el lento avance de los bueyes arrastrando el pesado cañón. Los ballesteros representan el fin de una era, el concepto medieval de la batalla está obsoleto, los campos de batalla se llenan de armas de fuego. El siglo XVI es el inicio del predominio de la lucha a distancia, el arcabuz y los cañones redefinen las guerras. La ballesta era un arma poco útil, necesitaba, para tensar el arco, de cranequín, pie de cabra o armatoste, eran difíciles de cargar por lo que hacía que en su tiro se empleara mucho tiempo, y además, tecnológicamente cada vez se hicieron más complicadas. El mismo armatoste, era un trasto tan grande que su nombre ha quedado precisamente para definir aquello que molesta por su tamaño siendo demasiado aparatoso.
Al otro lado de la pieza central de la escena, otro landsquenette imperial, lanza en mano, vigila delante del cuarto de guardia. Otro niño en posición semifirme, emula al landsquenette y saluda el paso de la artillería, portando un palo como lanza y una pequeña rodela de madera con un águila burdamente pintada.
Varios aperos de labranza, una oca despistada (que tenga cuidado pues la cazuela no perdona) al lado de una carretilla con leña para la chimenea del cuarto de guardia y un gato curioso observando al ballestero completan la escena.